Por Sebastián Artola.
Atravesamos una época de profundas
elecciones como sociedad. Más que electorales diría que las decisiones que
tenemos ante nosotros son culturales, porque lo que está en juego son – ni más
ni menos – que los valores y principios sobre los que día a día forjamos
nuestras familias, nuestras vidas y el vínculo con la comunidad.
La protesta a favor de la liberación de
los detenidos por el linchamiento de David Moreira es un claro ejemplo en
nuestra ciudad.
La construcción de una cultura del
miedo y la desconfianza hacia el otro hace que la vida asuma un valor
diferencial según de quien sea y la muerte se presente siempre como una salida
posible.
Sobre este fondo se han escrito las
páginas más dolorosas y trágicas de nuestra historia, y sin duda es también el
fondo que llevó a la muerte a David Moreira en marzo de este año.
El odio, la búsqueda de venganza y las
salidas individuales, en su pretensión de hacer frente a algo que se considera
injusto, por el contrario, profundizan la ruptura de los lazos en una comunidad
y empeoran las causas que explican esa realidad que se aspira a transformar.
La violencia y la muerte sólo generan
más violencia y muerte.
Frente a esta realidad, la capacidad de luchar contras las injusticias y
transformar la pérdida en solidaridad, amor al otro y defensa de la vida, sin
odio y búsqueda de venganza, abren un horizonte de esperanza y reparación
verdadera.
Y sobre todo, nos reafirma la posibilidad de avanzar hacia un compromiso
ciudadano y colectivo en la transformación de las causas profundas que nos
llevaron a este estado de cosas, construyendo una sociedad donde todos tengamos
un lugar y se garantice por igual el derecho a la seguridad y a la
protección de la vida.