"Educación y política", El Ciudadano, 23-08-2012.


Por Sebastián Artola
Lic. en Ciencia Política. Docente de la UNR.

Que el PRO de la ciudad de Buenos Aires, en alianza con el Grupo Clarín, haya salido a montar una “operación” contra la presencia de la militancia kirchnerista en las escuelas para desviar la atención pública respecto a las dificultades de Macri de resolver, al menos, un problema de su gobierno y buscar estigmatizar por cualquier medio la protesta de los estudiantes secundarios por el deterioro de la educación pública, puede entenderse.
A tal punto la brutalidad de la jugada que el propio ex ministro de Educación porteño,  Narodowski, sostuvo que el también había acompañado el programa nacional que promueve un espacio de debate abierto entorno a la historieta “El Eternauta” en los colegios secundarios.
Pero que la ministra de educación de la provincia, Letizia Mengarelli, se haga eco de los mismos argumentos, siendo parte de un gobierno que se define a sí mismo “progresista”, ya es más difícil de comprender.  
Sus declaraciones llamando a los padres a estar en “alerta”, instruyendo a los directivos de las escuelas para evitar tales actividades, poniendo a la “democracia” en contradicción con los “partidos políticos” y afirmando que si se abren las puertas a la comunidad “tendríamos las escuelas invadidas”, sino supiésemos quien las dijo, podríamos atribuírselas a cualquier gobierno de derecha o autoritario, poco y nada comprometido con la pluralidad, la participación y la libertad de expresión.
Lo cierto que este tipo de apreciaciones no son nuevas. Basta con recordar los últimos actos por el Día de la Bandera, donde las autoridades locales y de la provincia reniegan de su “politización” y diferencian “ciudadanos” de “militantes”, como si esto último implicaría dejar de ser lo primero (¿?), o como si Belgrano, Moreno o San Martín no hubiesen sido militantes y abrazado la política para conquistar la independencia de nuestra patria.
Habría que agregar también, las últimas reformas que recortan en la educación secundaria la enseñanza de Historia, en consonancia con los diagnósticos neoliberales y el saber tecnocrático que en los años ’90 orientaban las modificaciones de los planes de estudio.
Es problemático poner en contradicción “democracia”, “educación”, “política” y “memoria histórica”, al menos para quienes creemos en un horizonte de igualdad de oportunidades.
Más aún, si bajo una aparente idea de “neutralidad”, nada se dice de la presencia en nuestra provincia de la fundación estadounidense Junior Achievement, que hace veinte años dicta cursos en horarios de clase para difundir las “bondades” de la economía de mercado y la gestión empresarial privada.
Por el contrario, se cuestiona el reparto del “El Eternauta”. La maravillosa historieta de Oesterheld, desaparecido junto a sus cuatro hijas en la última dictadura cívico-militar, pieza relevante de la cultura nacional y un contenido que promueve la figura del “héroe colectivo” y la solidaridad entre pares, frente a los “súper héroes” individuales a los que nos tiene acostumbrado la cultura hegemónica.
Entonces lo que se presenta como “a-político” no es tal, sino - como diría Jauretche - una determinada política para la educación.
Para quienes aspiramos a vivir en una sociedad cada vez más democrática, la educación ocupa un lugar sustantivo. Pluralidad de voces, participación, derechos humanos, espíritu crítico y compromiso con la comunidad, deben ser los valores que repongan una educación pública, en el significado pleno de la palabra, popular y transformadora.

23-08-2012.

3º encuentro del Ciclo "Pensar la Ciudad para transformarla", 16-08-12.



El jueves 16 de agosto se realizó el 3º encuentro del Ciclo “Pensar la Ciudad para transformarla”. El mismo se llevó a cabo en el Auditorio Rodolfo Shcoler, a través de un panel sobre “Políticas de Vivienda y Modelos de Urbanismo”. En la presentación, Sebastián Artola sostuvo: “Rosario se encuentra entre las primeras cuatro ciudades del país con situación habitacional más alarmante. La complacencia del Estado municipal con la especulación inmobiliaria y la lógica de mercado ha producido un contraste dramático entre el llamado “boom de la construcción” y el progresivo aumento del déficit habitacional en la ciudad”. Y agregó: “Tenemos hacia adelante el desafío de pensar un nuevo modelo de desarrollo urbano con inclusión social e integración territorial, a través de un Estado que mire a la ciudad en su conjunto y donde los protagonistas sean los ciudadanos en tanto sujetos de derechos”. Luego tomó la palabra Eduardo Reese, quien analizó la evolución de la situación habitacional en el país en los últimos años y sostuvo la necesidad de una nueva política sobre el suelo que supere el enfoque neoliberal. Para lo cual propuso una mirada fundada en el “derecho a la ciudad”, más que en el derecho individual a la vivienda, en la “función social” de la propiedad y en la “gestión democrática”. El cierre de la jornada estuvo a cargo de Jaime Sorín. En su exposición planteó que una política de vivienda, con protagonismo de las cooperativas y las organizaciones de la comunidad, es uno de los desafíos del proyecto nacional, tras una primera etapa donde el eje central fue la recuperación del trabajo. La idea de una “vivienda urbana digna”, implica que la misma deje de ser pensada como “bien de cambio” para ser asumida como “bien de uso”, y en consecuencia como un derecho de todos los ciudadanos. 

La actividad organizada por el Foro de Políticas Públicas Rosario para Todos, el Movimiento Martín Fierro y Carta Abierta Rosario, fue también una oportunidad para recordar la figura de Rubén Visconti, docente de la UNR e integrante de Carta Abierta, quien falleció el pasado miércoles 15, un “entrañable compañero”, “apasionado polemista” y “militante de las ideas”, como lo definió Artola. 

"El futuro ya llegó! Notas sobre el kirchnerismo, la juventud y el sujeto político", septiembre de 2012.


Por Sebastián Artola.

1)
             
El kirchnerismo parece haber definido su sujeto político. La pregunta por el mismo había sido tema recurrente de los debates durante los primeros años de gobierno hasta promediar el primer mandato de Cristina.
No fue otro el desafío planteado por Julio Godio en su libro, El tiempo de Kirchner. El devenir de una revolución desde arriba (2006), para evitar el “transformismo” y la clausura de su carácter transformador. La  “revolución desde abajo” constituía para el autor el complemento necesario para consolidar y profundizar la nueva etapa abierta en la política argentina.       
Me viene a la memoria también el encuentro nacional de Carta Abierta realizado en la ciudad de Rosario, por septiembre del 2008. La pregunta por el sujeto del kirchnerismo fue la cuestión latente en todos los debates.
Lo cierto es que la juventud, en los últimos años, se ha perfilado como la “columna vertebral” del kirchnerismo.
Tal afirmación hace ruido a más de uno, desatando un nuevo e interesante debate, cualitativamente superior, donde lo que está discusión no es ni más ni menos que el kirchnerismo como movimiento político.
Pero no menos cierto es que Néstor primero y ahora Cristina han ido volcando la resolución de este enigma hacia el actor más novedoso y sorpresivo que produjo la vida política en estos años.
Habrá que ir hasta los años setenta o los primeros tiempos de la recuperación democrática para ver un protagonismo de los jóvenes semejante en la política nacional, aunque el mismo, y a diferencia de aquellos, ya no gira entorno a la figura del “trabajador” como sujeto de la Argentina industrial nacida durante el peronismo, ni se encuentra circunscripto a la condición de “ciudadanos” y bajo el formato clásico de los partidos políticos, como sería la marca de un retorno constitucional moldeado por el liberalismo democrático.
La militancia juvenil kirchnerista nació al calor de los enfrentamientos del gobierno con las corporaciones, en el tramo que va del conflicto por la resolución 125 contra las patronales agrarias en el 2008 hasta la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en el 2009, encontrando su punto más alto en la multitudinaria despedida a Néstor Kirchner en octubre del 2010.
Desde las bisagras de las estructuras tradicionales, ocupando el espacio público y bancando la parada en las más difíciles, pusieron en cuestión el ciclo de captura de la política a manos de alianza entre medios hegemónicos de comunicación y partidos políticos dominados por “operadores”, “técnicos” y “políticos profesionales”, que habría de condicionar la democracia en nuestro país desde fines de los años ’80 hasta entrado el nuevo siglo.
De ahí que sea posible establecer algunos rasgos particulares que presenta este nuevo activismo juvenil, a partir de un breve repaso por nuestra historia reciente.


2)

En perspectiva de mediano plazo, los acontecimientos del 19 y 20 de diciembre del 2001 y la política de derechos humanos del gobierno nacional, significarán dos momentos más que importantes para la relación entre juventud y política.
Los primeros contienen un traspié decisivo al “no te metás” de los ‘80 y a la antipolítica de los ’90. Estos días y los posteriores van a encontrar a muchos jóvenes en las calles puteando no sólo contra un gobierno que - una vez más - había defraudado las expectativas de cambio y respondía con represión a las demandas populares, sino también desafiando a un sistema político que excluía la participación social.
Sin dudas, este acontecimiento dejará huellas que marcan hasta hoy cierta dinámica de la política argentina, y sin las cuales es difícil pensar la etapa de cambios que se abrió a partir del 2003.
Para los jóvenes implicará un retorno al espacio público. De la mano del enfrentamiento con la policía y la desobediencia al estado de sitio, ponían en cuestión el recurso del miedo para inmovilizar, que tan bien había funcionado desde la dictadura, haciendo propio el reclamo – no sin los grises y ambigüedades con que se planteaba éste - de una participación más directa y protagónica en las decisiones colectivas, y una exigencia de renovación política con un fuerte rechazo a la “clase política” neoliberal.
Y esto, creo, es una nota fuerte que dejó como saldo la puesta en crisis de la representación política neoliberal en nuestro país.
La construcción de experiencias organizadas más sustantivas en términos democráticos, con estructuras flexibles y abiertas, capaces de contener la pluralidad y promover una vida interna que otorgue a la toma de decisiones un fuerte carácter colectivo, es un rasgo muy propio de las características que asumió la participación popular post diciembre del 2001.
Esto, por supuesto, no niega en sí mismo la representación o la constitución de liderazgos, como muchos mal interpretaron. Lo que sí puso en debate fueron los términos y los procesos a través de los cuales se fueron constituyendo los mismos – desprendidos del sustrato popular, en proporción a la captura de la política por la corporaciones económicas y mediáticas - exigiendo su reformulación desde el diálogo directo con las demandas sociales y en procesos permanentes de abajo hacia arriba y viceversa.
La reconstrucción de la autoridad pública a manos de Kirchner a partir del 2003 es ejemplo de ello. La definición de un nuevo vínculo entre política y demandas populares; la interpelación desde el discurso oficial al sujeto popular; la convocatoria a la movilización y a la acción directa para respaldar medidas de gobierno; la toma de decisiones públicas con el oído puesto en el reclamo social; y la apertura del Estado a los “movimientos sociales” y a los organismos de derechos humanos; son muestras de los términos en que se relegitimó el liderazgo político y la representación después del 2001.

En segundo lugar, la política de derechos humanos llevada adelante desde el 2003 permitió empezar a suturar la fractura generacional que produjo la última dictadura cívico militar y el terrorismo de estado, y continuaron los sucesivos gobiernos democráticos.
Quienes nacimos en los años de la dictadura crecimos “huérfanos” de un relato político sobre los años ’60 y ’70. La política de derechos humanos del alfonsinismo mientras duró, lo fue a condición de clausurar el debate y la reflexión sobre lo sucedido en la década del setenta. La historia que se construía demonizaba lo hecho en el pasado, para arrancar con las estelas del horror de los últimos años de la dictadura y meterse enseguida en la agenda de temas que definían el camino sobre el que iba a surcar el retorno democrático al país.
Lo cierto es que sobre este manto de silencio, nuestra generación transitó casi instintivamente un trabajoso camino de reconstrucción de un punto de partida, constitutivo para cualquier identidad, que - por supuesto - nunca es un inicio en el vacío, sino que se inscribe en una historia colectiva; con la guía de la labor incansable, que en soledad y bajo la hegemonía social de la teoría de los dos demonios, llevaron adelante sobrevivientes y organismos de derechos humanos.
La nueva política de estado iniciada en el 2003 propició el encuentro entre memoria histórica, política y derechos humanos. A partir de un presidente que hacía visible su pertenencia a la generación de los setenta y se consideraba “hijo de las Madres de Plaza de Mayo”; la derogación de las leyes de Obediencia Debida, Punto Final y los Indultos; el retiro del cuadro de Videla en la ESMA; la recuperación de nuevos nietos y el avance de los juicios a los represores; nuestra generación, por primera vez, sintió de manera sustantiva que algo tenía que ver con la de los ’70 y cada vez más jóvenes se empezaron a reconocer como hijos de las Madres y su lucha.
Así, fue posible empezar a reponer la palabra política sobre una historicidad que le imprimía dimensión colectiva, solidaria y transformadora, a través del reestablecimiento del puente con la generación política de la que somos hijos.
Por supuesto, que esta apropiación de los setenta carga con un fuerte desafío. Esto está en debate y en cómo lo resolvamos se encuentra una de las claves para las posibilidades de resituar en términos generacionales el vínculo entre juventud y política.
Una relación lineal y acrítica con los setenta, clausura más de lo que habilita a recrear una identidad política juvenil que debe dar cuenta de los cortes históricos, los cambios profundos y las siempre renovadas demandas, intereses, prácticas y representaciones que cada generación porta.
Para lo cual es necesario un vínculo dinámico, abierto y creativo que resignifique el “legado de los ‘70”, en función de la carga de historicidad que toda construcción política popular y transformadora - para ser tal - debe contener, pero que también permita proyectarlo hacia el contexto político actual, haciéndolo profundamente contemporáneo, a través de dar cuenta de las particularidades que caracterizan las prácticas políticas, sociales y culturales del presente.
           
             
3)
           
Como parte del proceso de repolitización de la sociedad argentina que produjo el kirchnerismo, un sector creciente de jóvenes comenzó a establecer un renovado compromiso con la práctica política, aunque con ritmo propio.
La distancia con que se fue fijando el vínculo con la política en los años de democracia, explican buena parte de una primera desconfianza. Hubo que esperar un conflicto como el de la Mesa de Enlace, donde se hizo visible como nunca antes, qué poderes y sectores sociales renegaban de este gobierno, para empezar a ver una creciente presencia juvenil en las manifestaciones de apoyo al gobierno nacional.           
La puja redistributiva entre el gobierno de Cristina y las patronales agrarias dejaría como saldo lo que algunos denominaron “minoría intensa”, para referirse a una base de apoyo activa, militante, ideológica y movilizada, pero reducida en relación al conjunto social, dando cuenta de una fuerte pérdida de consenso, que quedará más que claro en los resultados de las elecciones legislativas del 2009.
Y, por supuesto, la Ley de Medios. La batalla por la democratización de la palabra congregó a miles de jóvenes en la vigilia nocturna en que se aprobó en el Senado, en un claro acto de toma de la palabra, tras años de estar sustraída por el discurso único y en donde el joven como tal, aparece siempre estigmatizado por los medios hegemónicos según las épocas, las modas y su origen social.
El impulso a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, desplazando el eje de conflicto del “campo” a los medios hegemónicos, marcará la inflexión que permita al gobierno empezar a recomponer su base de apoyo social.
Sectores sociales medios, principalmente, tomaron forma en un movimiento social que dio encarnadura al debate contra la corporación mediática y a la lucha por la sanción y posterior aplicación de la nueva ley de medios.
De ahí en adelante fue cada vez más visible la recuperación del vínculo del gobierno con una parte significativa de la sociedad, a lo que por supuesto debemos agregar el impacto de la Asignación Universal por Hijo en los sectores populares; la recuperación económica después del sacudón internacional, sobre la base de políticas de promoción del empleo y el poder adquisitivo; las torpezas de la propia oposición política, como evidenciaron las idas y vueltas entorno a la salida de Redrado del Banco Central, que terminaría alertando hasta sus votantes; y la aprobación del Matrimonio Igualitario.
Los festejos del Bicentenario con los millones de compatriotas de todo origen social y geográfico desbordando la Avenida 9 de julio y, claro está, la multitudinaria despedida a Néstor Kirchner, protagonizada por los cuerpos y las voces del pueblo, con sus trabajadores, amas de casa, profesionales, productores, y, principalmente, jóvenes, dieron forma a una nueva mayoría social de respaldo al gobierno y a un protagonista cada vez más destacado.
Sin dudas, en el fondo de la recomposición del apoyo popular lo que da vueltas es el quiebre de la hegemonía del discurso mediático dominante, la crisis del ciclo de captura de la política a manos de los medios y la puesta en práctica de una relación más productiva entre política y relato a manos del gobierno nacional.
De ahora en más, la renovada adhesión, sin dejar de ser heterogénea pero con una conciencia política sustantiva sobre las conquistas alcanzadas en estos años, pasará a articularse entorno a la “defensa del modelo”, al “Nunca Menos” y a la expectativa variada pero común respecto a que este es el rumbo que más cerca puede estar de dar respuesta a las necesidades aún pendientes y a las llamadas de “demandas de segunda generación”, lo que se expresó con contundencia en los resultados de octubre del pasado año.
           

4)

En el kirchnerismo la figura del militante se ha constituido en el centro de su épica y narrativa. Si la “justicia social” fue la consigna central del peronismo de los cuarenta y cincuenta; la “patria socialista” la bandera de las juventudes del peronismo revolucionario de los años sesenta y setenta; y la “democracia” el emblema del alfonsinismo; el relato kirchnerista parece fundarse sobre la “vuelta de la política” y, a su interior, en la militancia, como lugar de la transgresión y las convicciones.
Su columna vertebral discursiva no se desprende como dato objetivo según el lugar que se ocupe en las relaciones de producción, ni se halla supeditado al marco institucional de acuerdo a un conjunto de libertades que las más de las veces no pasa de su mera formalidad y mueren en la letra, sino que nace de la afirmación de la política militante como contracara de la antipolítica del tecnocratismo neoliberal noventista y su continuidad en las nuevas derechas.
Fue el propio Néstor Kirchner el que corporizó un ideario ético que quedaría grabado a fuego en la conocida frase de su discurso de asunción: “No he venido a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”.
Eso lo convirtió en el presidente que corrió la línea de lo que era posible hacer en la Argentina democrática post 1983, permitiendo a una buena parte de nuestra sociedad volver a creer en la política como herramienta para transformar la realidad.
Su incorrección política, entrega, voluntad inquebrantable y audacia fueron las marcas de un estilo donde no cabía aflojar ni torcer el brazo, al punto de jugarse la propia vida.
Y fue Néstor Kirchner también quien interpeló a los jóvenes en el acto realizado en la Plaza del Congreso, dos días antes de la votación en el Senado de la resolución 125: “A los jóvenes les digo sean transgresores, opinen, la juventud tiene que ser un punto de inflexión del nuevo tiempo”.
El acto realizado en el Luna Park en septiembre del 2010 bajo la consigna “Néstor le habla a la juventud, la juventud le habla a Néstor” – que lo tendría presente, pero donde finalmente habló Cristina, ya que días antes había sido dado de alta por una cirugía cardíaca - fue la primer convocatoria hacia los jóvenes realizada por el kirchnerismo, como respuesta al desafío de profundizar la organización popular, conclusión que había sacado el propio Kichner tras la derrota legislativa con el “campo” en el 2008 y su correlato en las elecciones del 2009.
Ese diálogo no se pudo dar, pero no hizo falta para que cientos de miles de jóvenes salieran a la calle y desbordaran Plaza de Mayo para despedirlo los días de octubre reconociendo en él “el único héroe en este lío”.
El posterior agradecimiento de Cristina a los jóvenes fue el más sentido en sus primeras palabras públicas tras el fallecimiento de su compañero de toda la vida, y, sin dudas, la confirmación de lo que se había producido entre ella, el pueblo y, en particular, la juventud.
Su definición de “ser un puente entre las viejas y nuevas generaciones” en el anuncio de su candidatura reafirmarían esta inflexión vivida en el seno del propio kirchnerismo.
Es que el devenir mismo de esta etapa política y sus posibilidades aparecen atados a la militancia y, al interior de ésta, a los jóvenes que la protagonizan.
En la dialéctica virtuosa entre profundización del cambio, aun después de los más duros traspiés, y creciente adhesión militante y juvenil, sin dudas, se encuentra una de las claves para comprender la recomposición del kirchnerismo y la contundente reelección de Cristina con el 55,4% de los votos.
De ahí también que sea posible pensar el nacimiento del kirchnerismo, en tanto fuerza política e identidad colectiva, como un acto común que va de la mano de su encarnadura en los pibes que decidieron salir a ponerle el cuerpo a este proyecto político.
Y esto Cristina lo reconoce mejor que nadie. Marcó la cancha en el cierre de listas en las últimas elecciones nacionales y en el discurso del acto en Vélez del pasado 27 de abril situó a la nueva generación militante como “custodios” del modelo y única heredera del kirchnerismo.
Algo que también saben los medios hegemónicos y de ahí la sistemática campaña de estigmatización hacia la militancia kirchnerista. Tienen claro que la identidad entre política y juventud es un fenómeno muy propio del kirchnerismo, no extensible a las demás fuerzas políticas por las que hacen campaña, e incluso distintivo en relación a los similares procesos políticos que se dan en los países hermanos de la patria grande.


5)

Este retorno de los jóvenes a la política se encuentra atravesado en el segundo gobierno de Cristina por una etapa de institucionalización, tanto en sus formas político-organizativas como por su presencia en el Estado.
El paso de la participación a la representación parece ser el vertiginoso camino por el que transitan las militancias juveniles.
Ahora bien, para que esta posibilidad abierta signifique un salto cualitativo del proyecto nacional, en términos de recrear una representación política, no debe nunca de dejar de fundarse sobre prácticas enraizadas en la vida popular y la realidad social, para sortear así cierta opacidad y pérdida de impulso inherente a la lógica burocrática.
Esto desafía a formular una idea de “gestión” atravesada por la politicidad, la creación, la dimensión colectiva, la inscripción social y una ética pública de la transformación, a partir de conjugar dualidades muchas veces planteadas en términos dicotómicos: gestión – transformación; crítica – convicción; pasión – responsabilidad. En fin, el dilema weberiano de la política entre “ética de la responsabilidad” y “ética de la convicción”, como opuestos y complementarios a la vez.
Por otra parte, situar a las militancias juveniles como columna vertebral del kirchnerismo – lugar ganado a fuerza de estar en las más fuleras - no es excluyente de la noción de un frente nacional, popular y democrático – como a veces se mal interpreta – con sus trabajadores, sectores de la producción y empresarios vinculados al mercado interno, clases medias, colectivos culturales, movimiento sociales y nuevos actores movilizados.
De hecho, en la misma idea de juventud se contienen diversos registros y periplos - estudiantil, territorial, profesional, sindical - que muchas veces se simplifica por alguna de sus variantes, pero que encuentran su mayor potencialidad cuando se anudan en la figura de la militancia como momento político pleno, al ubicar a los hombres y mujeres como sujetos de lucha y transformación del país.
           

6)

Para ir concluyendo: suele haber un ejercicio de comparar la juventud kirchnerista con la juventud peronista de los ’70 y también con la joven generación que acompaño a Alfonsín en la recuperación democrática. Un buen aporte al debate es un reciente artículo de José Natanson, “Juventudes comparadas” (Le Monde diplomatique, mayo de 2012).
Algo ya dijimos. Repasemos. Si el imaginario kirchnerista se instituye sobre la “vuelta de la política” y la figura de la militancia; los jóvenes de los años setenta van a hacer su ingreso a la política bajo la bandera de la “revolución social”; mientras que la juventud alfonsinista se va a formular sobre una idea de “democracia” circunscripta a su institucionalidad, a las reglas de juego y antagónica al conflicto.
A su vez, si las dos primeras se forjaron en la calle, en etapas de “resistencia” y por fuera de las estructuras partidarias, más allá de adscribir a una determinada corriente ideológica o portar una identidad política, los jóvenes alfonsinistas transitaron un camino de ascenso progresivo en oposición a la hegemonía del conservadurismo balbinista en el marco institucional de su partido.
En los años sesenta y setenta, la juventud se gestó resistiendo las dictaduras cívico-militares, en tiempos de proscripción del peronismo y con un partido casi inexistente, mientras que hoy los jóvenes que protagonizan la militancia kirchnerista provienen mayoritariamente, no del PJ, sino de las experiencias estudiantiles o territoriales de resistencia al modelo neoliberal, nacidas en los años noventa y que la jerga académica bautizaría como “movimientos sociales”.
Es interesante: la juventud kirchnerista parece haber transitado un camino inverso al propio kirchnerismo. Es decir, si como vimos, según los conceptos gramscianos de Julio Godio, la llegada de Néstor al gobierno marcó el inicio de una “revolución desde arriba”, y el ciclo que va del año 2008 al 27 de octubre de 2010 - por fijar una fecha que muchos ubican como fundacional – produjo su complemento “desde abajo”; la emergencia del activismo juvenil se dio primero “desde abajo” para entrar en una etapa de institucionalización “desde arriba”, a partir del segundo gobierno de Cristina.

Veamos otro aspecto. Se ha analizado de variadas maneras y lo retomamos: los jóvenes de los años sesenta y setenta hicieron su ingreso a la militancia en contextos de ilegalidad, proscripción, revoluciones, dictaduras y doctrinas de seguridad nacional, sobre el axioma dominante de la “lucha armada” que derraparía en “militarismo” tras la vuelta de Perón, en detrimento de la “lucha institucional”, los lentos tiempos de la construcción política y la historicidad que modela la confrontación en cada país, como señalaría Rodolfo Walsh.
En claro contraste, los jóvenes tanto del alfonsinismo como del kichnerismo van a dar sus primeros pasos políticos en el marco de un estado de derecho, no exentos de sobresaltos e intentos destituyentes, pero que sin dudas talla un ejercicio de la “lucha política” en su formación muy distinto en relación a los años setentas.
Pero lo que nos interesa señalar acá es el componente “liberal político” compartido por el kirchnerismo y el alfonsinismo, que en variadas oportunidades escuché señalar a Eduardo Rinesi (y retoma José Natanson en el artículo mencionado) al concebir provocativamente al primero como el “gobierno más liberal” desde el retorno a la democracia hasta nuestros días, en función del avance en materia de nuevos derechos civiles que significan el Matrimonio Igualitario, la derogación de las figuras de calumnias e injurias para el ejercicio periodístico, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, de Identidad de Género y la unificación del Código Civil con el Comercial.
Las libertades individuales, la pluralidad, la diversidad sexual, la lucha contra la discriminación en sus variados rostros y la violencia de género, son valores y banderas sobre lo que se ha ido forjando la nueva militancia kirchnerista.
Ahora bien, liberalismo + populismo en el caso kirchnerista, a diferencia del liberalismo alfonsinista que fue antipopulista y se afirmó sobre la figura individual del “ciudadano” frente a la noción de “pueblo”, el “consenso” contra el carácter “conflictivo” de la política y la “representación” en detrimento de la “participación”.

Redondeando: en el trayecto recorrido por la nueva militancia juvenil parecen estar planteados sus posibilidades y desafíos. Entre su origen resistente en los años ’90, el nacimiento “desde abajo” en las calles y en el debate público con motivo de la confrontación del gobierno con las corporaciones - para sorpresa, incluso, del propio kirchnerismo - y el actual momento de institucionalización “desde arriba”, están las claves de la tensión constitutiva sobre la que se viene forjando: participación-representación; deliberación-decisión; horizontalidad-verticalidad.
De reafirmar la misma depende buena parte de la suerte a futuro, a sabiendas que es siempre un juego de equilibrios inestables, con fácil tentación hacia lo segundo.
Por otra parte, en cómo se resignifique el “legado de los ‘70” también se encuentra una de las llaves para profundizar el vínculo entre juventud y política. La nota “liberal” es un buen síntoma. Una relación creativa y abierta con aquél es condición para escapar del ritualismo o, peor, los errores de antaño.
Esto desafía a noción de militancia profundamente democrática y popular, en tanto práctica encarnada en el proceso popular, y no como exterioridad del mismo, promotora del protagonismo colectivo en la construcción de toma de decisiones; donde la juventud, o el actor que sea, se inscriba como parte y no como un todo que lleve a conocidos desacoples entre la práctica política, las mayorías sociales y la figura del liderazgo político, constitutiva de todo formato movimientista.
Por último, si la primera “camada” de los núcleos militantes que dieron origen a la juventud kirchnerista nació en los años de la última dictadura cívico-militar (1976-1983), son hijos de la generación política de los setenta, tuvieron su adolescencia resistiendo al neoliberalismo y volvieron a sentirse parte del país, el Estado y la política con el kirchnerismo; la segunda “oleada” de militantes, cuantitativamente muy superior a la primera, nacieron en hacia fines de los ’80 o en los años menemistas y están haciendo su adolescencia o primeros años de juventud de manera contemporánea al kirchnerismo, sobre todo en la vertiginosa etapa de institucionalización de la participación juvenil (2010-2012).
Estas experiencias vitales pueden habilitar a cosmovisiones y puestas de sentidos disímiles sobre la militancia, casi inevitables en algún punto. El desafío será construir los puentes y las continuidades que eslabonen y enriquezcan una con otra, para evitar cortes que quiten historicidad, experiencia acumulada y proyección de futuro a la práctica diaria.
En cómo se resuelvan estos debates y encrucijadas, se juegan las posibilidades de transitar un horizonte de nuevas conquistas sociales para nuestro pueblo y seguir avanzando hacia una democracia más plena en nuestro país.
Lo que parece estar claro, es que para los pibes que volvieron a militar el futuro ya llegó y, ésta vez, arrebatárselo no va a hacer nada fácil.