“Pensar la ciudad”, El Argentino (edición Rosario), 28-04-14.

Por Sebastián Artola (*).
La presencia de las fuerzas nacionales de seguridad abre nuevas posibilidades pero también nos plantea enormes desafíos a todos.
Si su desembarco permitió una presencia distinta en el territorio, a través de un rol de prevención y disuasión del delito, significando para nuestros vecinos recuperar cierta calma, confianza y volver a un uso “más normal” del espacio público, en contraste con la ausencia o liberación de zonas por parte de la policía provincial, o lo que es peor, su connivencia pública, e impúdica, con el narcotráfico en los barrios de la ciudad.
Sigue abierta la pregunta respecto a cómo avanzar hacia un Estado y una política pública que permita ir al fondo de las causas que explican semejante expansión del narcotráfico en nuestra ciudad y los inéditos niveles de violencia a los que llegamos. 
Ciudadanizar desde un sentido profundamente democrático las fuerzas de seguridad y la intervención de Estado es el camino, y no a la inversa. Es decir, policializar la sociedad y al Estado. La seguridad pública es un derecho que debe garantizar el Estado desde una mirada integral y múltiple, y no unívoca. La presencia de Gendarmería y Prefectura fue acaso la única salida que había frente a la violencia que había acorralado a nuestra ciudad, pero lejos está de ser una solución en sí misma.
Por eso, esta oportunidad abierta en nuestra ciudad debe ir acompañada y complementada por un Estado con la decisión de avanzar en la desarticulación de la trama profunda del narcotráfico, que significa empezar por la reforma estructural de la policía provincial, su control político y civil; la democratización del poder judicial provincial para terminar con la impunidad; una política contra quienes se llevan los millones que mueve el narcotráfico y después blanquean en inversiones inmobiliarias o grandes emprendimientos comerciales de la ciudad; y que también debe saber abordar nuevos debates como la despenalización de la tenencia o la legalización del consumo de marihuana, en función de estrategias que permitan la desarticulación del negocio e ir tras sus actores principales.
Pero que también tiene que saber inscribir la presencia de las fuerzas de seguridad en el territorio como parte de una política pública y una presencia del Estado que iguale oportunidades y garantice a todos el derecho a la ciudad, a través de políticas de urbanización, recuperación de espacios públicos, promoción de derechos, dignificación de la vida, creación de una subjetividad comunitaria y reposición de un sentido de futuro para nuestros pibes.

(*) Licenciado en Ciencia Política. Docente de la UNR. Miembro del Foro Rosario para Todos.

“Pensar la ciudad”, El Argentino (edición Rosario), 21-04-14.

Por Sebastián Artola (*).
En buena hora la presencia de las fuerzas nacionales de seguridad parece abrir un debate sobre los modos de intervención del Estado y su relación con el territorio en nuestra ciudad.
En todo este tiempo, la norma había sido la violenta disputa entre bandas narcos en zonas liberadas de la ciudad, mientras buena parte de la dirigencia política local y provincial miraba desde afuera, a modo de comentaristas sin conocimiento sobre lo que sucedía en barrios que poco pisaban, un Estado que siempre llegaba tarde, cuando llegaba, y con muy pocas voces que osaran repensar su rol y poner en cuestión las estrategias de desarrollo urbano oficiales.
En primer lugar, la política de derrumbar bunkers de venta de drogas no es lo mismo si queda sólo en una foto para los medios, mientras la policía provincial después pasa como todas las semanas a cobrar la “cuota” a cambio de protección y liberar la zona, tal como sucedió hasta ahora. Que si forma parte de una estrategia que busca pacificar y disminuir los niveles de violencia, a través de una presencia permanente no represiva de las fuerzas de seguridad, bajo un rol de prevención y disuasión del delito.
Por más que el búnker sea el último eslabón en la cadena del narcotráfico, no hay que subestimarlo, como plantean ciertos “progresismos” abstractos. Su proliferación en los barrios fue alterando la cotidianeidad, sembrando miedo, fragmentando el tejido social y clausurando el espacio público.
Los vecinos poco a poco se vieron encerrados en sus casas, casi sin poder estar en las veredas, entrando y saliendo a las corridas, esquivando balas, bajo el desamparo total del Estado.
El cierre efectivo del “kiosquito” es necesario para el desarme en los barrios, la recuperación y pacificación del territorio.
En segundo lugar, algo que venimos diciendo y escribimos en esta misma columna el pasado lunes. Una política de seguridad pública no se agota en las propias fuerzas de seguridad, ni pasa exclusivamente por tener una presencia distinta de la policía y las fuerzas federales en el territorio, la reposición de su conducción política, la recuperación de la cadena de mando al interior de la fuerza provincial o por un compromiso genuino del Poder Judicial.
Repensar de conjunto el Estado es la tarea imprescindible. Una nueva política de desarrollo urbano inclusiva, que no marche detrás de la especulación inmobiliaria; la recuperación del perfil productivo de la ciudad, a través de la promoción de las pequeñas y medianas empresas, y las economías populares, que permitan la integración laboral de los vecinos  que hoy quedan afuera; y una política cultural pensada no como mero show y espectáculo, sino que habilite un sentido de pertenencia distinto de los más jóvenes a la ciudad y un horizonte de vida, son desafíos abiertos que hacen a una política de seguridad pública, que para ser efectiva (algo que también hemos dicho) debe ser integral y garantizar a todos el derecho a la ciudad.
Las cartas están echadas y las posibilidades también. Del compromiso y el protagonismo de todos, hoy más que nunca, depende empezar a construir un presente distinto.

(*) Licenciado en Ciencia Política. Docente de la UNR. Miembro del Foro Rosario para Todos.


“Pensar la ciudad”, El Argentino (edición Rosario), 15-04-14.

Por Sebastián Artola (*).
El operativo llevado adelante por el Ministerio de Seguridad de la Nación, el pasado miércoles en nuestra ciudad, marca el fracaso de una política de seguridad del gobierno provincial que marchó siempre detrás de los acontecimientos.
Desde la denuncia pública que llevó a la renuncia del ex jefe de la policía Hugo Tognoli, que al principio fue vista por las autoridades provinciales como una “operación política”, hasta el desplazamiento de la cúpula de la División Judiciales de la Unidad Regional II, en el ojo de la tormenta tras la entrevista televisada una semana atrás por el canal América 24 con el prófugo "Monchi” Cantero, señalado como el líder de la banda de Los Monos.
La falta de decisión política para enfrentar la trama del narcotráfico, el encubrimiento y el pacto con los actores que explican su crecimiento exponencial, son las causas para que nuestra ciudad tenga la triste condición de ser la más violenta del país, con casi un homicidio por día en lo que va del año 2014, cuatro veces más que la media nacional.
Por supuesto que la intervención de Gendarmería, Prefectura y la Policía Federal lejos está de ser una solución en sí misma, pero es mucho más que una mera puesta en escena y poco tiene que ver con la idea de una “militarización” del territorio, como escuchamos desde algunas voces críticas en estos días.
Su presencia es celebrada por los vecinos de los barrios más humildes y esto algo nos dice. Acostumbrados a ver el patrullero pasar por el “kiosquito” a cobrar la cuota mensual a cambio de protección y liberar la zona, por primera vez, reconocen una fuerza de seguridad cumpliendo un rol de prevención y disuasión del delito, sin violencia y represión.
Queda ahora la posta a manos del gobierno provincial. Transformar de modo estructural la policía santafesina y reponer su conducción política, bajo control civil, es ya una obviedad decirlo, pero sigue pendiente. Reformar el Poder Judicial provincial también. Sin avanzar sobre estas dos cuestiones será muy difícil desarticular la trama profunda de acuerdos y negocios que sostienen al narcotráfico en Rosario.  
Para el municipio queda la indispensable tarea de igualar oportunidades e incluir a los barrios que vieron por televisión el “boom” de la ciudad, revirtiendo la matriz de crecimiento sin inclusión social que caracterizó a Rosario en todos estos años. Políticas de urbanización y vivienda, obras públicas elementales como desagües o, incluso, zanjeo en muchos barrios, acceso a servicios públicos dignos, inserción educativa y laboral de los más jóvenes, y promoción de espacios recreativos, culturales y deportivos en los barrios, son deudas internas de una gestión que gobierna Rosario hace veinte años y forman parte de la construcción de un marco de seguridad pública real y efectivo.  
El trabajo mancomunado entre municipio, provincia y nación, y la centralidad del rol transformador del Estado es el camino. Garantizar el derecho a la ciudad a todos los vecinos, como la decisión del poder político provincial de llevar adelante con coraje las tareas que hasta ahora no se hicieron, son condición para modificar el estado de cosas. Sólo así será posible reconstruir una convivencia en paz para nuestra ciudad, desde una mirada integral sobre la seguridad pública.
(*) Licenciado en Ciencia Política. Docente de la UNR. Miembro del Foro Rosario para Todos.


“Pensar la ciudad”, El Argentino (edición Rosario), 07-04-14.

Por Sebastián Artola (*)
Mientras hacía cola para pagar unos impuestos, un señor cercano a los sesenta años empezó a insultar contra el país, la inseguridad y los “negros”. “Hay que matarlos a todos” arengaba, todo culpa de la “yegua que nos gobierna”, “esto en otros países no pasa” repetía, proponiendo “no pagar los impuestos”. En la fila no éramos más de seis o siete. Como vio que hablaba sin mucho eco sobre el resto, le pregunta al más cercano buscando complicidad, “¿Y vos qué opinas?”. Y éste le responde: “Y porqué no se va del país”. Medio descolocado por la respuesta, de alguien que tendría algunos años menos que él, me mira y me pregunta a mí: “¿Y vos, qué opinas?”. Y le digo: “Yo a mi país lo quiero”. Enfurecido, me dice: “A vos porque nunca te robaron, no te pasó nada”. Sólo alcancé a decirle que sí me habían robado, pero no por eso tenía que compartir las cosas que decía y que por ahí no pasaba la solución… después fue imposible agregar algo más.
Todos alguna vez (o más de una) hemos estado en una situación parecida. La pregunta que uno se hace es siempre la misma: ¿Qué explica la ira, el odio, el prejuicio, la violencia verbal (a un paso de la física) y la intolerancia que anida en algunos sectores de nuestra sociedad?
Lo primero que hay que dejar bien en claro es que no todos piensan de esta manera, pese a que algunos así lo quieran presentar. De ser así, estaríamos al borde de la desintegración social. Los más de treinta años desde la recuperación democrática y la mayoritaria concurrencia a la hora de votar lo demuestran. Los fallidos intentos de desestabilización en estos últimos diez también. La gran mayoría ha dejado claro querer vivir y convivir bajo el marco común que habilita la democracia y el respeto al estado de derecho.
Pero tanto es el estímulo y la amplificación interesada que se les da desde los medios hegemónicos de comunicación que, por momentos, parecen muchos, logrando efectos de repetición y consecuencias concretas en la vida cotidiana.
Los linchamientos protagonizados por grupos de personas en estos días son un doloroso ejemplo de esto. Las 24 horas de machaque comunicacional, sensacionalista y frívolo, sobre cada hecho de inseguridad, construyen una cultura del miedo y la permanente desconfianza hacia el otro, donde la única salida posible parece ser el ejercicio de la violencia personal o social.
A quienes lo estimulan, medios concentrados pero también políticos que actúan como voceros de los mismos, poco les interesa la solución al problema real de la inseguridad. Por el contrario, con el culto al odio no hacen más que profundizar los marcos que explican las tramas profundas sobre las que se despliegan los delitos y su violencia.
Promueven la idea de indefensión y de una sociedad librada a su suerte, mientras demonizan cada avance del Estado, añorando los tiempos donde el mismo se arrodillaba ante los negociados privados y el poder económico.
Hablan de “inseguridad” como tema excluyente, pero se oponen a un Estado que busca  ampliar  derechos, rechazando la democratización del Poder Judicial, la reforma del Código Penal, la necesaria transformación de las policías provinciales y las políticas públicas que crean trabajo, fortalecen el mercado interno e incluyen a los sectores más humildes, achicando las desigualdades de nuestra sociedad.  
Lo dijimos y volvemos a repetir, más y mejor Estado es el camino. Y agregamos: una comunidad que se construya sobre el amor y no el odio es su posibilidad.
(*) Licenciado en Ciencia Política. Docente de la UNR. Miembro del Foro Rosario para Todos.